ASESINO DE PÁJAROS


AHMED EID V.
I
Debíamos ir a caminar al Tunari a las cinco de la mañana. Pero aún así decidimos dar una vuelta por la ciudad en la noche, observando a los ebrios beber felices en las calles. Quería estar como ellos. Acepté ir al campo porque no había nada mejor que hacer.

Carlos llevó a su novia, quien iba a hacer la caminata por primera vez. La novia llevó a una amiga que tampoco había hecho el recorrido. Que frustrante es caminar al lado de una persona que no deja de quejarse y de otra que continuamente repite lo alucinante que le parece el paisaje. También iban con nosotros un par de gringos, esos que se van de Bolivia, maravillados con la gente y con su forma de vivir. Supongo que les emociona ver una miseria distinta a la suya, pero a veces es irritante su actitud de fascinación ante la nuestra. Los gringos se hablaban en inglés; pero cuando alguno de nosotros les decía algo, uno de ellos tartamudeaba una respuesta en español rústico, muy breve.

Nos detuvimos a descansar. Uno de los yanquis, Bennett, llevó marihuana, y me preguntó si quería acompañarlo a fumarla. Le dije que sí. Nos alejamos unas buenas decenas de metros del resto, Bennett me dejó empezar y así nos fuimos pasando el porro entre nosotros. Luego sentí ganas de ir a orinar.
Me fui tras un árbol, de esos que soportan nuestras meadas a sus pies y excreté. Preocupado, después, por ofender al árbol, pensé que sería mejor no regarlo con pis; dirigí mi chorrito unos cuantos centímetros a la derecha, oriné sobre una piedra triangular.

Al volver con el gringo, vi un pequeño pájaro negro muerto sobre el pasto, ausente en el viaje de ida al baño. Creo que el animalito llevaba muerto hace un par de días, porque tenía unos cuantos gusanos que se alimentaban de él y varias moscas que le sobrevolaban. Me pareció que debía haber sido muy feo mientras vivía. Supuse que no era algo que los turistas debían ver, por lo tanto decidí enterrarlo. Hice un pequeño hueco con mi pie, le di unas cuantas pataditas al pájaro para que entre y empecé a echarle tierra encima; al cabo de un rato, escuché una aguda y juvenil voz:

-¿Qué estás haciendo?

Era la novia de Carlos.

-Nada. Entierro a un pájaro que encontré muerto.
-¡Ay qué asco! Era que lo dejes ahí nomás.
-Ya casi termino.

Ella se fue caminando muy rápido. Terminé de enterrar al pájaro, y volví. Ya no encontré a Bennett y me uní con el resto de grupo. Él estaba con ellos. Emprendimos el camino de regreso. Yo caminaba solo. Pájaro de mierda.

II
Acudimos a mi tío porque era veterinario, pero además no nos iba a cobrar. Nuestro perro era grande y blanco, por eso se llamaba Gandalf. Tenía alrededor de 4 años de edad y nunca había cruzado. Nos dijeron que por eso le habían crecido esos tumores en los genitales.

Al principio era simplemente triste verlo intentar rascarse. Cuando empezó a enflaquecer ya era insoportable. Mi tía quería llorar al ver su comida despreciada. Decidimos llamar a mi tío cuando el perro intentó extirparse los tumores a mordiscos.

-¿Y qué más hay que comprar?
-Nada más. La jeringa y la inyección nomás.
-¿Una ampolla es suficiente?
-Si hijo. Una ampolla alcanza.

Gandalf era un perro grande. Mi primo y yo intentábamos mantenerlo quieto y él no dejaba de moverse. Cuando logramos sujetarlo contra el suelo, mi tía le cubrió la cabeza con un gorro. Él seguía quieto. Mi tío le inyectó la jeringa cargada con la mitad de la ampolla. Cuando lo soltamos, Gandalf empezó a moverse como borracho por toda la casa. A los quince minutos cayó al piso. Ya no respiraba.

Mi primo y yo no tuvimos ganas de cavar sólo al imaginar el hueco que debíamos hacer para enterrar a Gandalf, decidimos echarlo a un basurero. Al día siguiente tenía que ir al Tunari con mi amigo Carlos y unos gringos. 

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