AJUSTE DE CUENTAS

LUISK SANABRIA

A Stefanie Barrero.

El niño se niega a morir. Me mira sonriendo, y esa valiente arrogancia me confirma que no dejará que lo mate; no porque pretenda mostrar resistencia, o pretenda luchar por nuestra vida; se niega a morir porque morir no le importa. Esa arrogancia con la que me reta es intimidante. Matarlo sería una misión mucho más fácil si lo tuviera postrado a mis pies, llorando por su vida, y rogando literalmente de rodillas (esa era la reacción que esperaba de él, la que esperaba de alguien como yo). Levanto la nueve milímetros que sujeto con la mano derecha, y temblando apunto a su cabeza, justo entre ceja y ceja. Yo lloro, y él ríe.

—No te entiendo, viejo. Te presentas arrugado y canoso, patético y lloroso, pretendiendo querer matarme. ¿Para qué? Si mi culpa es tu culpa, mi error es tu error, tu dolor es mi dolor, tu fracaso es mi fracaso. Yo luché tratando de evitar que acabes así, pero siempre fuimos débiles ¿no?. Tristemente débiles. Esto que ahora pretendes hacer solo demuestra tu cobardía. ¡Cobarde!.Yo ya no seré un imbécil como tú. No seré como fui. No seré como seré. Mírame... ya no tengo miedos, tu fracaso me ha enseñado a no tenerlos; nada me importa después de la gran decepción que me diste. Nada me importa, y estoy seguro que eso me hará feliz.

—¿Y crees —le digo— que eso vale algo ahora? ¿Crees que viendo lo que te vendrá cambiará todo fácilmente?. Así fue porque así tenía que ser. No fue debilidad, ni cobardía; fue destino, y contra eso no se puede pelear. Deberías estar agradecido en lugar de ser tan arrogante; vengo a hacerte un favor juntando toda la valentía que tengo y aún así tienes la altivez para llamarme cobarde. Hace años fuimos uno, jugamos y reímos al mismo tiempo que descubríamos la vida. ¿Por qué dejamos escapar la tranquilidad?. Ya no tiene caso. Algo que aprendiste es que la gente no cambia, y si esto representara una nueva oportunidad, acabaríamos igual.

—No seas mediocre, y no vengas a justificarte con esas patrañas. Yo siempre te dije que no nos deberíamos dejar golpear tanto, que deberíamos tener más dignidad, desafiar a la vida y al destino, en el que te escondes, y que imprimía nuestro rostro en la mierda; pero nunca me dejaste ser más que un recuerdo, y jamás me hiciste caso. Ahora no me importa, nada me importa.
¿Por qué es tan difícil?. En un sueño se me ha dado la oportunidad de no llegar al punto en el que precisamente estoy, y yo "el niño" trato de demostrar a mi versión envejecida que pude haberlo hecho mejor. La mano que sostiene la nueve milímetros me tiembla, y yo no sé que pensar; al niño no le importa morir, y ese será mi castigo. No le importa, no porque no quiera vivir, sino porque simplemente no le importa, y eso le hace feliz. Creo conocerme, y sé que trata de enseñarme una lección, aunque a esta altura no le veo la utilidad.

—¡Anda viejo! ¿Crees que me dolerá? ¿O temes que el dolor sea para ti?. Entonces me calmo, respiro profundo y bajo el arma. Ya no apunto a su cabeza. Le doy la espalda, como para marcharme y dejarlo con la palabra, mientas él ríe. Sin ver nada (ni mañanas, ni ayeres), dirijo el cañón de la nueve a mi sien, y oigo una rápida detonación que me ensordece.
Tras el explosivo sonido del proyectil, un capullo de rosa se abre en la sien izquierda del viejo; se desploma de bruces mientras un aura roja y líquida va rodeando su cabeza. A la par y desde el primer momento siguiente a la detonación, la cabeza del niño explota, también por el costado izquierdo, y se desploma de la misma forma que el viejo. Ambos están en la misma posición en esa especie de limbo, de suelo, cielo, y horizonte blanco, ahora decorado con rojos y guindos que hacen sus propios caminos; se encuentran a pocos metros de distancia el uno del otro, tan sincronizados como si se tratara de una coreografía.
De la cabeza del niño fluye una sangre llena de fe en un mañana que nunca vino.

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